Friday, November 28, 2008

La pésima conducta del señor Morris .4


Del 19 al 29 de julio en San Sebastián, España. 1958. El Sexto Festival de Cine. En España Hitchcock. En San Sebastián. Vértigo. Viene Hitchcock. Vértigo. En la prensa. Parece un thriller policíaco. No. Es la historia de un hombre desesperado por recuperar a su amada muerta. Es una historia sobre la irreversibilidad de la muerte. El púbico aplaude. Ese mismo día, 19 de julio de 1958, Morris pasa la noche con tres cadáveres. En la película hay una escena en un bosque de hermosos árboles que parecen eternos. Madeleine sabe que no lo son. Morris, en Madrid, se da un trago y lamenta la pérdida de su pantalón de ruedo ensangrentado. En la escena siguiente, Scottie y Madeleine se besan por primera vez ante un mar embravecido. En San Sebastián, el 19 de julio Hitchcock y Vértigo. En Madrid, Morris y sus crímenes. Un calor agobiante. Morris no parece un hombre desesperado. No quiere recuperar a su amada muerta. Quiere recuperar una valiosa prenda y una carta. Como sea. Como sea quiere decir que es un asunto de vida o muerte. Ese parece ser el motivo. Vértigo. Morris se toma una copa y piensa en la cuarta víctima. Máñana quizás.

El 22 de junio el suspenso lo dará la prensa. Arrestan a súbdito puertorriqueño autor de las cuatro muertes en Madrid. Hay que buscar la causa de tal carnicería. El suspense –dice Hitchcock ese mismo día, en san Sebastián-, es como una mujer. Cuanto más se deja a la imaginación, mayor es la excitación… La rubia convencional de generoso pecho no es misteriosa. ¿Y qué es más obvio que el tipo tradicional de terciopelo negro y perlas? La perfecta ‘mujer misterio’ es rubia, etérea y nórdica…Los títulos de las películas, como las mujeres, deben ser fáciles de recordar sin que sean familiares, intrigantes pero nunca obvios, cálidos pero refrescantes, sugiriendo acción, lo impasible, y finalmente dar un indicio sin revelar la trama. Aunque no soy una autoridad en mujeres- dice el director inglés-, me temo que el título perfecto, como la mujer perfecta, es difícil de hallar… Una mujer misterio es una que posee también una cierta madurez y cuyas acciones hablan más que las palabras. Cualquier mujer puede ser una de ellas, si tiene en cuenta esos dos puntos. Debe saber crecerse… y callarse. El motivo para que un hombre que debe ser extranjero porque ha cometido crímenes atroces, el motivo para que un hombre nacido en España pero criado en el extranjero, haya envilecido el verano madrileño, el misterio de pecho generoso, etérea, inglesa, con nombre fácil de recordar, no ha sabido callarse. Se llama Beryl. Y ha escrito una carta. Morris, una autoridad en mujeres, pronuncia ese nombre con delectación odiosa. Beryl.


En la foto, James Stewart, protagonista de Vértigo.

Thursday, November 20, 2008

La pésima conducta del señor Morris .3

Para el 19 de julio de 1958 ya el ejército español se había encargado cumplir la orden del generalísimo Francisco Franco: limpiar el solar para construir nuestro edificio. Paisajismo sangriento. José María, encantador, bien peinado, Morris, cuidando no manchar el ruedo de sus pantalones con el polvo de los suelos, se dirigía al edificio de apartamentos donde residía Emilio Fernández, dispuesto a resolver su asunto. Construir una escena de terror.

Es en el cuarto piso. El propio acusado sostiene que, para subir, abrió las hojas del ascensor usando los codos. Cerró de la misma forma. Con los nudillos apretó el botón que indicaba el cuarto piso. Al llegar allí abre las puertas del ascensor con los antebrazos y cierra con los codos. Toca el timbre de la puerta con el nudillo del dedo del corazón de su mano derecha. Otra vez diría que fue con la uña del dedo pulgar. Me abrió la puerta la criada. Ella era joven y tenía novio. Esperaba un día casarse y dejar de servir en casa ajena para servir en la propia. Dos horas antes de abrir la puerta al asesino, le habría mostrado un corte de tela a su amiga Teresa, la sirvienta del piso de al lado. Estaban alegres. En la cocina comenzó a pelar judías. Teresa tendría que regresar a casa de los señores. Y se marchó.

Media hora después sonaba el timbre de la puerta. Ella abrió como si tal cosa. El hombre, alto, fuerte, sonrió y preguntó por el señor. Dio un paso al frente. Ya estaba adentro. ¿Cómo te llamas? Paulina. La criada, al tratarse de un hombre de buen ver y con modales de caballero, mostró confianza. Tanta que siguieron charlando hasta la cocina. Nunca tuvo tiempo para decirle a nadie que allí pudo notar que los ojos del señor Morris quemaban. Que de repente la mirada trocó en un gesto de ira.

Ella era joven. De trato afable. Buenas referencias. Llevaba apenas un mes trabajando en ese piso. Mala costumbre abrir la puerta sin las debidas precauciones. Si hubiera preguntado ¿Quién es? Le habría contestado una voz de locutor de la radio. Voz de actor. Si hubiera mirado habría visto a un caballero moreno con un traje a la medida. Pero quizás habría notado que miraba a ambos lados con insistencia. Y que las cejas apuntaban hacia arriba. Quizás no hubiera permitido la entrada al extraño. Quizás sí.

Morris la acompañó a la cocina. Le abrió el corazón en dos partes iguales. Con aquel cuchillo. Luego fue a servirse un trago de anís. Porque no había prisa. Sí. En realidad la criada estaba sola cuando el asesino cruzó la puerta. Poco más de dos horas antes, le habría mostrado un corte de tela a su amiga Teresa, la sirvienta del piso de al lado. Estaban alegres. En la cocina, Paulina comenzó a pelar judías mientras charlaban. Ya es tarde. Teresa tendría que regresar a casa de los señores. Y se marchó. Media hora después sonaba el timbre de la puerta.

Herz-Heart.jpg (JPEG Image, 700x487 pixels)

Thursday, November 13, 2008

La pésima conducta del señor Morris .2


2
La mala conducta del señor Morris comenzó desde antes. Desde la cálida madrugada de la isla. Una avenida al lado del mar. Olor a salitre. El ancho azul musicando. Las primeras luces de la mañana. A unas 90 millas por hora en el año 1941. Isla Verde. Probablemente salía a esas horas del Hotel Anadale, con Magarita la colombiana. Sexo, tabaco, alcohol. El auto de la General Motors se enamoró de un almendro y allí fue a parar. Ella salió caminando por sus propios pies, porque no tenía otros, antes de que llegara ayuda. Sangrando se alejó de la escena. Algunos testigos alegan que era un Buick convertible. Otros que era un Pontiac Streamliner Torpedo Eight. Muy poca gente sabía algo de autos en aquellos años. Ahora estaba convertido en metal retorcido. La cabeza de Morris partida. La sombra de un almendro. El aire suave de pausados giros de la brisa tropical. Van llegando los curiosos. El muchacho está muerto, dijo uno.

O quizás salió del Hotel Inglaterra o de El Dorado, de Ramón Santiago. Ya lejos estaba el notorio Elizabeth´s Dancing Place. Al otro lado de la isla. Cuando Morris apretó el acelerador y voló por la flamante Avenida Isla Verde en su lujoso auto de alquiler estaba volando a la modernidad. El futuro estaba allí. Quizás esperando a la sombra de aquel almendro en el que aterrizó el delirio del jovencísimo Morris, de buena familia, heredero de aquellas mismas tierras sobre las que quemaba el caucho y se metía al cuerpo alcohol y agujas. Bacardí, putas y General Motors.

Margarita, que era española, no colombiana, llegó hasta el Hotel Bonaire, en el Viejo San Juan. No se sabe cómo. Adolorida. La llevaría algún buen samaritano. Iría en una carreta de bueyes. El asunto es que Margarita no quiso volver a tener al jovencísimo con porte de galán de cine mejicano entre sus clientes. Y menos a altas velocidades en los tiempos de duros hierros retorcidos. No sé qué decía de Lucky Luciano cuando dejó de mirar la Avenida para mirarme con ojos negros como la noche. Con un frío en medio de aquel calor, que te cagas de miedo. No sé que me dijo de ir a su estudio a tomar unas fotos cuando dejó de mirar y perdió el control y el golpe terrible y no recuerdo sino el dolor en las costillas y la cabeza y que me trajeron hasta lo de María Teresa. Lo de María Teresa es el Hotel Bonaire. Puras conjeturas. Hay quien dice que era una mujer rica. Casada con un alcalde.

El señor Morris, en aquel entonces un mozalbete, alegó que estuvo dándose unas copas escuchando la orquesta del contrabajista, del trompetista, del flautista, del dictador del ritmo y la sincopa, Rafael Muñoz, en el meloso Escambrón Beach Club. Puede ser. Ahí le vendría luego la fama de buen bailarín. Cosa rara para un muchachón de su porte. Cuello de toro. Bigotito de galán de cine.
No. El joven Morris no murió aquel día. Quizás estuvo muerto unos segundos. Sobrevivió. Recibió sus primeros alivios de morfina como si fuera un soldado. La sensación tienen que haberle agradado. 17 años después, todavía joven, tenía una pistola en la mano. Y estaba a punto de usarla.

Wednesday, November 12, 2008

Apoyo al pollo






El pollo, ¿qué quiere de mí? ¿Se goza la histeria?

Mueren poco poco las aves, ya no hay secretos en el vuelo, cortejo alado los pájaros ebrios de fama son masacrados al menor asomo de dificultad en elevarse o poner huevos o pisar con galanura la gallina degollada. Comeremos a los primos de Kentucky mientras, a lo lejos, en las llanuras, un camaguey le da terapia del habla a una vaca loca. Es una gran pandemia acodada en los lagares de la televisión y en las granjas chinas.

Vengan tórtolas a reflejar sus bondades muriendo a manos de la salud pública. Tenga hambre todos, maten a las vacas sagradas a forma de asar la carne de dios en vano. Si las vacas volaran, ¿tendrían la gripe aviar? Yo las apoyo, por ese amor que se le tiene a los perseguidos.

tomado de salmonologoi libro inédito.

Wednesday, November 5, 2008

La pésima conducta del señor Morris (Primera entrega)


En la foto...el señor Morris

I
El señor Morris, de pésima conducta, indica que llamó a la puerta y la criada abrió. Él, natural y residente en Madrid, tan ducho en el trato con las damas, otorgó su mejor sonrisa y preguntó por el señor Emilio. Un amigo. Pase. Pase. Tome asiento. Un momento por favor. Desde allí escuchó como Emilio Fernández le pregunta a la criada quién había llamado. Ella repite el nombre varias veces. Morris se pasa el pañuelo de seda por la frente y vuelve a colocarlo de manera coqueta en el bolsillo de su chaqueta. Diez minutos después el señor Fernández salió al recibidor en mangas de camisa y sonrisa forzada. La criada se fue a pelar habas a la cocina.

Señala el señor Morris, también conocido por algunos como el doctor psiquiatra Jaime Valmaceda, en prisión desde el 22 de julio de 1958, que el dueño de la casa lo invitó a pasar a otra habitación en la que había un pequeño bar. Una copa de anís para Morris. Una de coñac para Fernández. Un calor insufrible en el verano madrileño. Confiesa el acusado, de fuerte complexión física y conocedor del bien y el mal, que le requirió al interfecto el brillante y una cierta carta escrita por la amante inglesa del presunto asesino que parece ser causantes de la brutal carnicería. Alega éste que el dueño de la casa, un pedante que se jacta de haber sido un comisario rojo durante la guerra, contestó que las cuestiones de negocios tenían que resolverse en la tienda.

El señor Morris, cuello de toro, sintió que toda la sangre le llegaba a la cabeza. Discutieron acaloradamente, y no había otra forma en ese séptimo mes de 1958. Hacía calor. Tomó a Emilio por las solapas y lo zarandeó. Aduce que éste lo golpeó y él, conocedor de lucha y el empleo de llaves para neutralizar a sus contrarios, trató de inmovilizarlo pero Fernández soltó el agarre y corrió al pasillo en dirección al baño. Narra que lo siguió sacando su pistola del cinto con la ligereza del que ha estado bebiendo y drogándose con cocaína toda la tarde. El metal estaba allí apretado contra el cinto. Sin baqueta, enfriándole apenas un trozo de piel. Emilio Fernández resbala en la puerta del baño en donde parece que se afeitaba hace apenas unos minutos. Resbala y da la espalda. El único testigo, el señor Morris, dispara sin apuntar.

Sin apuntar. Y sin embargo con tanto tino. Orificio de entrada en el área occipital con pérdida de masa encefálica y quedando el proyectil alojado en el lóbulo frontal derecho, muriendo al instante y cayendo acostado boca abajo, el cuello en posición neutra y los miembros superiores extendidos pegados al tronco y con las palmas de las manos hacia abajo.

Así comenzó aquel baño de sangre que culminaría poco más de 36 horas después. Eso según el único testigo que aún está con vida. Con algunas variantes según sea el caso. A veces hay una pistola encima del excusado. Emilio trataría de alcanzarla. A veces no estaba el arma en la narración confesional. Lo cierto es que nunca apareció. Sólo la del señor Morris.

El acusado comenzó a hablar luego de pedir que le trajeran un poco de coñac, unos cigarros. Le fueron concedidos. Hasta un pinchazo de morfina. Es que era encantador. Que todos en el fondo somos serpientes.