Thursday, January 29, 2009

Ciudad hipermedia: testimonio del autoexiliado





0. Me gustaría dirigir mis reflexiones hacia la Alejandría en la que ardía una biblioteca o a la Sodoma llena de estatuas de sal por aquella mirada indiscreta. O imitar el rabito del ojo con el que el comediógrafo Aristófanes miraba la guerra. En Los Acarnianos, comedia que condena la Guerra del Peloponeso, Dikaiopolis, ciudadano justo, exalta la vida campestre añorando su tranquilidad en contraste con la miseria de la vida ciudadana en la que se depende de vendedores públicos para hacerse de carbón, aceite y vinagre. Una sátira contra los embajadores que explotan la credulidad pública y otra contra las costumbres relajadas de Atenas. Parece existir una relación entre violencia, corrupción y ciudad.
¿Es la ciudad hija de la guerra o están hechas ellas para servir de blanco? ¿Es el beatus ille una broma en la que se expresa la nostalgia por un pasado localizado en el deseo? ¿Es una locura el locus amoenus? En La Ilíada Vulcano, a petición de Tetis, fabricó un escudo para Aquiles. En el escudo se hallan representadas una escena de labranza, una de siega con Rey incluido; otra de vendimia en la que mancebos y hermosas doncellas cargan dulces frutos, y una escena bucólica en la que los adolescentes de uno y otro sexo, estilizadamente ataviados, danzan entre sí ante espectadores hartos de regocijo. Todo eso en el escudo de Aquiles. ¿Será que el sueño de la economía rural es lo que se le pinta al centro urbano? ¿Se trata de un relato ideológico para que las muchedumbres sin medios ciertos de vida se larguen al campo, de donde han venido?
Pero, ¿hacia dónde nos largamos los habitantes de una isla que, al parecer, trata de imitar a Singapur?

1. No es de la guerra y la ciudad sobre lo que quisiera pergeñar unos apuntes. Mucho menos sobre la represiva Singapur, paraíso de los industriales. Quisiera charlar sobre el vínculo entre lo escrito, la urbanización y la cerveza . Porque escribo en un complejo de viviendas con (in)seguridad privada y hace calor. Los primeros vestigios de escritura son fechados 3500 años a.C. con la aparición de dos tablitas de arcilla en Mesopotamia. Nace la economía sedentaria y la ciudad. Y la escritura. Esos primeros documentos escritos son listas de salarios, recibos de impuestos en los que el símbolo de la cerveza es el más común.
Por cierto, la agencia EFE anunció la semana pasada que un equipo de científicos españoles ha descubierto en Siria el rastro de una ciudad que dataría de hace unos 5.500 años, a partir de restos de cerámica descubiertos, y que la convertiría en una de las más antiguas de la historia, algo que permitirá estudiar "los orígenes de la civilización y la escritura".
Este hallazgo se realizó en el marco del 'Proyecto Medio Éufrates Sirio', un trabajo arqueológico hispano-sirio que se lleva a cabo al sur de Mesopotamia, a unos 150 kilómetros de la actual frontera sur de Iraq, en la ribera izquierda del Éufrates. Ese proyecto surgió en 2005 y en poco tiempo han encontrado una gran cantidad de cuencos de cerámica que datarían del mismo período que la cultura Uruk. Cuencos con los que se tomaba cerveza.

2. ¿Y si todos estamos buscando ciudades enterradas? ¿Una cerveza fría? ¿Armas de destrucción masiva? Y, a excepción de las armas, las encontramos. Es lo más interesante. Una vez encontradas hacemos el registro. Escritura y ciudad son dos conceptos inseparables. Hay que detenerse para escribir. Además la actividad de escribir siempre presupone un lector. Dúo inseparable. Todo escritor, es a su vez, un lector de otros. Cada lector reescribe mentalmente aquello que lee en un trabajo productivo, según sus intereses. El mismo texto leído por lectores de diferentes épocas y diferentes lugares es un producto literario distinto . Y no quiero hablar de clases porque no está de moda. Pero yo no leo igual que Paris Hilton. De igual forma, la misma ciudad, divagada por caminantes y conductores de auto diferentes, es un producto distinto. ¿Quién leyó de tal manera la ciudad de Alejandría que tomó la decisión de incendiarla? ¿Qué queda para leerse en medio del Tigris y el Éufrates, espacio mítico, genésico, hoy leído por soldados de Dios y el Capital, que es lo mismo?
Mi ciudad, el espacio reducido entre Río Piedras y la isleta de San Juan ha sido reescrito y releído en varias ocasiones. La lectura que realizo, sin embargo, es la que puede hacerse desde un objeto que alcanza la velocidad de escape. San Juan es una máquina. Y como sabe todo aquel que es melómano: la máquina patinaba. La construcción maquinal se inicia hace tres siglos.
Me refiero, por mero gusto y gana, a ese San Juan que se intentó escribir a finales del siglo XVIII. ¿Cómo puedo leer esa ciudad? ¿Cómo era su vida cotidiana? Yo sé que el 12 de febrero de 1787 Valentín Martínez expuso ¨hallarse los tablados de la carnicería enteramente inútiles e igualmente descompuestas las entradas de las puertas y que hay que hacer algunos otros reparos¨. El 5 de marzo Manuel Moxica solicitó permiso para poner una tienda de platería. He leído que el 11 de junio de 1787 el señor procurador general presentó un escrito sobre el quebranto ¨que han padecido los edificios de esta ciudad con el temblor de tierra sucedido el día 2 de mayo¨ y que el 25 de enero de 1788 Su Majestad declaró que en caso de ausencia o enfermedad del gobernador el jueves santo debe depositarse la llave del sagrario en el que presida el ayuntamiento. Miro la ciudad desde esas Actas del cabildo de San Juan Bautista de Puerto Rico.
Leo, además, el retrato del Gobernador Don Miguel Antonio de Ustáriz realizado por Campeche en el 1792. Vestido con el uniforme de brigadier del Cuerpo de Ingenieros, Ustáriz nos mira de medio sosquín, muy rococó. A su lado, sobre una mesa de talla dorada hay unos planos de San Juan. Pero lo que llama la atención es la ventana sin balcón al fondo. Por ella se divisa la pavimentación de una de las calles de la ciudad, empresa iniciada al parecer por Ustáriz. La línea de la calle termina perdiéndose en la lejanía.
Y esa lejanía, el futuro, es quizás nuestro presente. Digo que San Juan era en el plano de Don Miguel una máquina. Allí, en aquel plano se escribe la idea de que la sociedad es un mecanismo con una boca de entrada y otra de salida, con piezas que tienen una función predeterminada e inmutable . En fin, la dominación de la máquina sobre el hombre, pero no en sentido literal sino simbólico. La diagramación cuadriculada, las calles empedradas, pondrían a funcionar la máquina. El plano de San Juan sobre la mesa de talla dorada es una metáfora. El gobernador pretendía lo que Campeche insinúa. Diagramar y colocar, cada cual en su sitio, albañil, carpintero, tonelero, picapedrero, zapatero, armero y blanqueador, al fabricante de tejas y ladrillos, chocolatero, panadero, pregonero, curtidor, peluquero, barbero, organista, tambor, bajonista, cirujano, al guarda de materiales de construcción, al macero y al verdugo, según la lista de profesiones que en la ciudad había. Porque hay que planificar y poner orden. Como pide el obispo Zengotita por las mismas fechas del cuadro de marras: que las negras se cubran el pecho con las manos al recibir el Santísimo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Convencer a todos de que son piezas con una función propia dentro de una máquina y que, por lo tanto, pueden ser reemplazados sino cumplen con ella.

3. En La noche oscura del niño Avilés Edgardo Rodríguez Juliá nos presenta la historia de una rebelión de esclavos durante el siglo XVIII. El caudillo Obatal y sus huestes se apoderan de la ciudad de San Juan, bastión militar español, al derrotar a sus defensores dirigidos por el obispo Larra. Aparte de que en esta, su segunda novela, Rodríguez Juliá nos ofrece el mapa de nuestra primera gran ciudad, Nueva Venecia, maldita ciudad lacustre, tenemos además nuestra primera máquina de control. Se trata de un artefacto auditivo que funciona como el lado oscuro del poder: la orejuda. La orejuda no es más que un delirante aposento mandado a construir por el Obispo Larra para cultivar el miedo y la superstición en los ciudadanos.
Aquella máquina infernal fue diseñada y construida por Robert Smith, ingeniero naval inglés y aventurero, desertor de la armada inglesa. Nos dice el cronista de la novela que el tal Robert Smith es autor de un extraño libro, Treatise on Machines for the Premises of Power. Se trata de un conjunto de diseños para la construcción de fabulosas máquinas de tortura, espionaje y terror psicológico. En el primer capítulo del dicho libro Smith nos dice:

In no distant time future, the body politic of time past will envy, darkly and silently, machines made for the art of subtle spying. But this will be small chamber in the gigantic and eccentric edifice specially designed to the effect of disturbing minds and fair countenance. It is universal notice that in time present, machine of this nature are sprouting in the foremost minds, and will be quite delicate means of power. Men do not suspect the most reliable condition of these hard artifacts that are not subject to the general softness of human feelings. Man will not resist the occult temptations waiting in the dark crevices of this monstrous power (Rodríguez Juliá.15)

Los proyectos utópicos novelados son productos de varios personajes. Obatal y su nueva Torre de Babel; Trespalacios y la Ciudad de Dios; las ciudades aéreas descritas por un narrador anónimo; y por supuesto, la Nueva Venecia. En cierto modo esta novela es una especie de beatus ille paródico, locus amoenus inalcanzable .
El locus amoenus, el lugar ameno de La noche oscura del niño Avilés, es el oscuro reverso de las églogas. Este paraíso perdido es una comunidad imposible. Por eso reparo en que se trata de una ciudad invisible. Nos dice el cronista Alejandro Cadalso:

¿Por qué la historiografía oficial pretendió borrar de la memoria histórica el recuerdo de aquella muy maldita ciudad lacustre? Como partidario de esta ciudad invisible que redime nuestra historia y fundamenta nuestra esperanza, ofreceré una explicación que por evidente ha escapado a la ya notoria miopía de los colegas opositores. Nueva Venecia desaparece de la historiografía por decisión de las autoridades coloniales del siglo pasado
(Rodríguez Juliá. xii-xiii)

Parecería entonces que las autoridades coloniales y la gazmoñada de la burguesía criolla, la timorata clase dependiente del poder colonial, aceitaron bien su máquina y lograron borrar de la memoria popular la Nueva Venecia: la ciudad de la prostitución y los extraños cultos dionisíacos, el pandemonium de las herejías y exaltaciones demoníacas, zahúrda donde florecían ensueños y delirios, mercado de yerbas alucinógenas y comunidades imposibles.

4. Mi testimonio, igual que el de Alejandro Cadalso, es que soy partidario de la ciudad invisible . Recordemos Las ciudades invisibles de Italo Calvino, y la conversación entre Marco Polo y el Emperador Kublai Kan.

Marco Polo dice:

"... Ocurre con las ciudades lo que en los sueños: todo lo imaginable puede ser soñado, pero hasta el sueño más inesperado es un acertijo que esconde un deseo, o bien su inversa: un temor. Las ciudades como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconde la otra.

Dice Kublai Kan: No tengo ni deseos ni temores, y mis sueños los compone o la mente o el azar.

Dice Marco Polo: -También las ciudades creen que son obras de la mente o del azar, pero ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros. De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya.

Dice Kublai Kan: "O la pregunta que te hace obligándote a responder".


Pero esa construcción invisible, esa respuesta, no es el espacio final ni la utopía. Es simple y llanamente, deseo.

¿Cuál es el método de apalabrar la ciudad? Creo que el único modo es dramatizar el carácter hipertextual del producto literario. Así, el carácter fragmentario de La noche oscura del niño Avilés ha sido mencionado en varias ocasiones como su debilidad. A mí me parece, precisamente, su fortaleza. No hay otra forma de mentar una ciudad como Nueva Venecia. Y reproducir un hipertexto en tiempos de informática popular (Internet, digamos) es una toma de posición realista. Bastaría asumir las nociones de espacio liso y espacio estriado esbozadas por Deleuze y Guattari en Mil mesetas para justificar teóricamente el desconcierto de lectores (y personajes) . En un artículo de Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz, Hipertexto, literatura y ciudad se reseña el artículo de Jean Clément: “El hipertexto: una enunciación pionera” en el que se plantea que el hipertexto constituye una expresión que requiere de una reformulación retórica para promover, como valor agregado frente a otras formas tradicionales de comunicación un pensamiento divagante y un recorrido azaroso del texto por parte del lector. Clément compara la lectura del hipertexto con el recorrido que hace un caminante por el espacio urbano de la ciudad, balanceándose entre la seguridad y el riesgo.
Mi testimonio es que he tomado ese riesgo reconociendo que la primera escritura que realizó la humanidad, estuvo acompañada de la cerveza, y quizás del dulce vértigo. ¿Qué es la ciudad?, ¿Qué significado tiene la ciudad en la literatura más allá de una forma de asumir la vida? La ciudad es un espacio vivo y problemático. El lugar propicio para las disyunciones y acercamientos. Un espacio vacío de contenido en sí mismo.

¿Y cómo divagar entonces en esa ciudad futura? El futuro, como el pasado de la maldita ciudad lacustre, está en nuestros recuerdos. El futuro, con un Grand Organization Device se encuentra en aquella calle que se pierde en la lejanía en el cuadro de Campeche. O en una calle de esa ciudad fantasma de jueves a domingo que se llama Río Piedras. Quizás en ese New York que podemos mirar en el guión de Smoke de Paul Auster, que nada tiene que ver con el New York de Pedro Pietri, que nada tiene que ver con el New York de Exquisito cadáver . Desde ese hipertexto que construí a partir de mi biografía como astronauta de la ciudad se experimenta el extravío. Y el presente es el pasado visto desde el deseo (futuro):

Es como cuando la gente vivía en ciudades y en edificios. Esas habitaciones pequeñas con ventanas aún más pequeñas. Uno habría una lata de cerveza y miraba a la gente pasar. Era divertido. Nadie sabía que uno estaba mirando. Tú y tu cerveza mirando el mundo desde lo alto. El viejecito con su paraguas como bastón. Dos abogados presumiendo que dicen cosas importantes a un celular. Un tipo recolectando latas de aluminio. Cientos de personas como hormigas. En algún sitio lo he leído. Quiero decir, como leemos ahora. Uno y su cerveza mirando al mundo. Detenerse sólo para buscar la cajetilla de cigarrillos y fumar. Así planear un crimen. Un asesinato (…) Ahora es diferente
(Acevedo, 194)

Al decir de Rodríguez Ruiz, la ciudad ha dado origen a un tipo de literatura que exige un recorrido nómada: La ciudad, igual que el hipertexto, se recorre como sinécdoque (se percibe fragmentariamente), metonimia(siempre se siente que falta algo) y metáfora (nunca la ciudad es la misma). La creatividad literaria es un proceso guiado por los recorridos lisos. Es en la experiencia del proceso creativo mismo donde se experimenta esa especie de libertad mental propia de los espacios lisos. Y todas estas dimensiones han sido entrevistas y conectadas en un proyecto creativo que ha recorrido el camino que va desde ser un transeúnte más de la ciudad hasta ese hacer creativo que pasa primero por la novela y se detiene fascinado en las posibilidades narrativas del hipermedia.(Rodríguez Ruiz, 16). Trasladar las posibilidades del hipermedia al anacrónico papel es asunto de riesgo que el escritor asume. Se me perdonará el desliz.

1 comment:

Mara Pastor said...

tengo una ciudad enterrada en el ombligo que sólo se deja ver con un caledoscopio...